domingo, 4 de febrero de 2018

el túnel del tiempo y las murgas


Despertamos con las calles recién lavadas, aún mojadas. Pasamos la mañana metidos en el Palacio de la Aduana convertido en doble museo: el Arqueológico y el de Bellas Artes. El resultado es bueno, al fin y al cabo es la historia de lo que el hombre ha creado desde la Prehistoria hasta las Vanguardias. Desde que se dedicaba a pintar animales hasta que solo se pintaba a sí mismo y sus objetos cotidianos. Extraño progreso. Son las primeras salas, para mí, las más interesantes. A medida que avanzamos, voy perdiendo interés. Cuando llego a esos cuadros ya pocos me conmueven, quizá errado en pensar que su destino era esta especie de templo.

Comemos por casualidad y de maravilla en un local pequeño llamado La Antxoeta, entre la Alameda y el puerto. Comida elaborada con muchos sabores y texturas: ensalada de vieiras, bacalao y arroz negro con calamares y carpacio de gambas. Estupendo.

Por la tarde viene Queti de Madrid. La acomodamos y luego nos dedicamos a las comparsas o murgas que cantan por las calles. Las letras son ingeniosas y divertidas, aunque no todo el repertorio pretende divertir. Siempre hay una especie de balada que pretende que reconsideremos nuestra vida y la enfoquemos hacia una fórmula de felicidad colectiva, lo que también se agradece. El lenguaje es políticamente incorrecto, lo que le da un aire sincero muy referescante para los estúpidos tiempos que corren.

Finalmente el agua que cae del cielo lo disuelve todo. Las chirigotas se deshacen y todo el mundo se va a su casa. Vemos a diez sanjosés y unas cuantas vírgenes corriendo bajo la lluvia. Las coronas se agitan con unas palomas, supongo que espíritus santos, agarradas.

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